domingo, 25 de octubre de 2009

De regreso a la ciudad

Camino de no se sabe donde y para ver a no se sabe quién, conduje el coche del inspector Arribas, a medida que transcurría el tiempo mi mente se despejaba, pero mi cuerpo notaba el cansancio de la noche de insomnio.

Después de más de dos horas conduciendo vi un puesto de esos de carretera en los que hay una gasolinera y un restaurante, aparqué el coche y rebobiné en mi mente, no tenía dinero, ni tarjetas, ni nada de nada más que la ropa que llevaba puesta, ni siquiera tenía ropa de abrigo.

El frío del exterior me obligó a entrar de nuevo en el coche, cogí el abrigo que había en el asiento de detrás, debía tener un aspecto lamentable, el pelo enmarañado, ojeras con un color indescriptible que acentuaban más si cabe el agotamiento de mi cara, y ahora un abrigo en el que podrían meterse una familia de Selenes. Miré en los bolsillos interiores del abrigo y cogí la cartera del inspector, tenía 70 euros y algunas monedas, era más que suficiente para tomar un buen desayuno.

En el interior del restaurante de carretera apenas había más que los dos camareros y otros dos hombres tomando café, supuse que eran los ocupantes del camión que estaba aparcado fuera. Me senté en una mesa, y pedí un buen desayuno . El camarero que me atendió no disimuló su extrañeza, se preguntaba qué demonios hacía una mujer con aquel aspecto (o con cualquier otro seguramente), a aquellas horas de la madrugada en un restaurante de carretera, se dirigió a mi ...

... Buenos días, son unas horas extrañas para que una mujer ande sola por estos 'lares'. Si tiene problemas podemos llamar a la policía.

Debió pensar que estaba huyendo de malos tratos o algo así. Le agradecí el interés y le informé que iba a llamar teléfono, no quise dar más explicaciones, no tenía ni ganas ni fuerzas.

Hablé con un tal Guillermo Alce, de la misma comisaría que el inspector Arribas, estaba al tanto de todo lo que había ocurrido hasta la noche anterior, pero no sabían nada del inspector en las últimas horas y necesitaban mi declaración. El camarero les dio santo y señas del lugar para que pudieran venir a buscarme.

De vuelta a Madrid, no me permitieron pasar por mi casa ni para cambiarme de ropa. A las dos de la tarde aún estaba en la comisaría hablando con unos y otros, repitiendo una y otra vez lo sucedido. Por fin se apiadaron de mi y me dejaron hablar con mi familia antes de registrarme en un hotel con nombre falso, no era más que la sombra de alguien que un día fue y que lo único que quería era volver a SER.

Cuando me desperté, la habitación estaba a oscuras, encendí la lámpara de la mesita de noche para poder ver la hora, eran las seis y veinte, o habían transcurrido apenas dos horas desde que me acosté o catorce, evidentemente la segunda opción era la acertada. Estaba tumbada encima de la cama con la ropa que había llegado, incluso con las zapatillas de deporte, y lo mejor de todo, no recordaba haberme tumbado de esa guisa. El cansancio me venció, no había comido nada desde el desayuno del día anterior, no me había duchado, vamos que le di a mi cuerpo lo que quería ¡muchas horas de sueño!.

El teléfono móvil había sonado tres veces y ni siquiera me enteré, estaba claro que el agotamiento había vencido a la poca voluntad que me quedaba el día anterior.

Recorrí la habitación en busca de alguna nota que me indicase qué hacer y la encontré encima del escritorio.

Selene, llame a la comisaría cuando se recupere.

Gillermo Alce
PD: Puede pedir lo que quiera al servicio de habitaciones, y tiene ropa limpia en el armario.