sábado, 25 de julio de 2009

Camino de Santiago

De repente me abstraí de todo lo que me rodeaba y pensé en el Camino de Santiago del pasado año, cuando mi vida era completa, o al menos así lo sentía, sin más problemas que los habituales, disfrutaba con todo lo que hacía, nada enturbiaba ni hacía difícil mi vida, era esa felicidad asociada al control de tu vida, sin imprevistos, sabiendo lo que ocurriría al día siguiente y al otro y al otro....; a veces pensaba que la monotonía de mi vida era penosa, que moriría sin que nada extraordinario me hubiera ocurrido, que todo en mi vida era socialmente correcto, nunca hubiera podido imaginar que mi vida cambiara tanto en tan poco tiempo, me relajé y empecé a escribir en aquella libreta con tapas negras que había en la guantera y que sería mi compañera aquella noche.


Otras veces pensaba que sí hubiera desaparecido cuando me quedé tirada en el Camino presa de aquel maldito cólico al riñón, ya nadie me lloraría, ya nadie pensaría en mi, sólo sería un bonito recuerdo del pasado en el mejor de los casos, otras veces me daba por quererme y pensar que mi muerte hubiera cambiado la vida de muchas personas, que el hueco que ocupo en ese rincón del alma no podría ocuparlo nadie más que yo.


Vi pasar el todoterreno, se alejó de allí, seguro que pensaron que el inspector Arribas se había despertado y conducido hasta allí. Volví al coche y comprobé que se habían llevado al inspector, me había quedado sola y no me atrevía a salir fuera. Pasaron las horas y la ambulancia no aparecía, no podía dormir, recordé la historia que viví en el Camino de Santiago, así que decidí sacar un bolígrafo y una libreta del interior del maletín que llevaba el inspector Arribas y escribir bajo la tenue luz del interior del vehículo, eso me calmaría, comencé a escribir ....


... Todas las historias encierran en sí ese algo mágico que las hace especiales, especiales por la historia en sí misma o por las circunstancias de los personajes que forman parte de ella. Esta es la historia de un ‘Camino’ un tramo del Camino de Santiago que por circunstancias ajenas a la voluntad de nuestra pareja de enamorados cambia de rumbo a sólo seis kilómetros de conseguir la última etapa del camino.

Los motivos para recorrer el Camino eran importantes, una promesa y el querer compartir algo que marcara sus vidas.


Hacía meses que estaban preparando la ruta y haciendo reservas, para ella era la tercera vez que hacía una ruta del camino, una promesa hecha en silencio, y para él la primera vez. Unas vacaciones compartiendo la belleza de la naturaleza, los sabores y sinsabores, caminando a la par con los pies doloridos por las ampollas o por esa rodilla que se niega a caminar sin dolor, todo superable en la próxima parada, rodeados de nuevos pueblos y nuevas gentes, y en cada uno de los tramos de la etapa satisfacción y felicidad, algo nuevo para contar y recordar, la sensación de estar haciéndolo bien, pero aún no había aparecido el fantasma de la impotencia, el peor de todos, ese que imposibilita al ser humano, que le hace dependiente de los demás, ese que todo lo cambia y que te convierte en un ser sin voluntad porque el dolor todo lo anula, ese dolor intenso que hace que desaparezca el resto del mundo, ese maldito dolor que se intensifica y no desaparece nunca, todo a su alrededor se movía y ella no podía articular palabra, ni siquiera podía ponerse en pié, no podía pensar, decía tonterías, o más bien no sabía ni lo que decía, era un guiñapo en manos de alguien que ha decidido que su Camino terminaba allí, que no podría continuar a pesar de estar a sólo un par de horas del final de la etapa, y del final del camino, alguien que ha decidido arrebatarla la felicidad de caminar un poco más, sólo un poco más.


Apenas habían transcurrido 24 horas desde el maldito cólico al riñón, dos las había pasado en el coche de la guardia civil, el único capaz de llegar hasta dónde estaban, la habían trasladado por aquellos estrechos caminos de piedra hasta la ambulancia y esta hasta el ambulatorio más cercano para que después de un penoso reconocimiento decidieran trasladarla al hospital. Había sido el día más largo de su vida y la noche más penosa tirada en una camilla de hospital en un pasillo frente a los lavabos, con el suero y los calmantes que iban entrando en su cuerpo gota a gota. En esa noche tan larga pensó en muchas cosas, en la buena y la mala suerte, en las circunstancias que nos favorecen y en las que nos entorpecen, en su hijo, en su familia y amigos; y recordó aquel teléfono móvil tan útil y a aquellos peregrinos que se paraban a preguntar y a ayudar, aquel chico con barba que la cogía las manos y decía que le mirase y se olvidara del dolor y aquel otro de la imposición de manos, esas maravillosas personas que intentaron que ese maldito dolor se atenuara o desapareciera, no recordaba sus caras porque ni siquiera las había visto, miraba sin ver, pensó en sus amigos y compañeros de viaje que habían anulado la llegada a Santiago para estar a su lado, pero sobre todo pensó en él, no se había separado de ella y apenas podría dormir aquella noche, pensó en su reacción, en su miedo, era el hombre que amaba y estaba segura que siempre amaría, la magia de su amor por él no podría romperla ningún fantasma, ya había habido otros fantasmas que lo intentaron en el pasado, y posiblemente podrían aparecer otros nuevos en el futuro, pero nunca lograrían que desapareciera esa magia, ni un millón de fantasmas amenazantes haría temblar su pasión, su gran amor. Cuándo salieron del hospital quería decirle que nunca nadie podría escribir una historia de amor tan hermosa como la que ellos estaban viviendo, le miró y supo que siempre lo compartirían.


Cuando terminé de escribir mi historia, comprobé que estaba amaneciendo, estaba entumecida, y me dolía la cabeza.



lunes, 20 de julio de 2009

El viejo molino

Oía como forcejeaban la puerta de la entrada de la casa, desde el ático no podía salir a la calle, tenía que bajar al segundo piso y desde allí salir por una de las ventanas. Saltaría al exterior cuando entraran en la casa; oí un disparo, habían saltado la cerradura para acceder al interior, en ese momento descendí hasta el segundo piso, abrí la ventana y salté al exterior, corrí en dirección al inspector Arribas, le recogí y le introduje en su coche, gracias a Dios las llaves estaban en el contacto, arranque y salí de allí, por el retrovisor vi que el hombre y la mujer corrían hacia el todoterreno, aceleré y me metí por un camino que había descubierto en mis paseos y que terminaba en un viejo molino deshabitado.

En el asiento de atrás estaba el inspector con dos heridas de bala, tenía que salir de allí y llevarle a un hospital, comprobé que les había despistado cuando giré a la derecha para tomar el camino del molino, pero estaba segura de que cuando llegaran a la carretera principal y no me encontraran, darían la vuelta.

Uno de los laterales del molino tenía un acceso al interior por lo que fue una puerta de entrada a un corral de animales, al fondo estaba lo que fue el molino, aún quedaban la rueda y las piedras de moler dentro de una caseta de adobes. Me dirigí hacia allí y estacioné el coche en el interior. El inspector Arribas respiraba con dificultad y aún no había recobrado el sentido; busque en el bolsillo de su chaqueta y encontré su móvil, en la 'c' de su agenda aparecía comisaría, marqué y reconocí la voz de su compañero al otro lado de la línea

¿Hola? soy Selene, ¿se acuerda de mi?
Sí claro
Estoy en un viejo molino con el inspector Arribas, le han disparado, está herido e inconsciente, manden ayuda por favor
¿Qué viejo molino? no se dónde está
Pregunte a su superior por favor, estoy al lado de la casa en la que me tenían, el sabrá de qué le hablo. Manden una ambulancia rápido, ¡por favor!
Está bien, no cuelgue, la paso con mi jefa, un momento por favor
Oí la voz de una mujer al otro lado del teléfono
¿Selene?
¿Sí?
No se mueva de donde está en menos de media hora llegará una ambulancia, yo me pongo en camino. Nos vemos en el hospital, llegaré en unas tres horas más o menos, espéreme.
De acuerdo


Debía estar cerca de una ciudad porque si podían avisar al hospital y llegar en media hora no estaría muy lejos, lo único que podía hacer era esperar y desde luego era mejor que no me moviera de allí. Ya había pasado la media hora y no aparecía nadie, cogí una linterna del salpicadero del coche y me fui hacia la entrada de la finca, nada ni nadie, el silencio me produjo un estremecimiento en todo el cuerpo; en la pared principal de la casa había un escudo de armas y algo escrito en la piedra:

Este molino data del siglo XVI como atestigua la placa impresa del exterior ... En esta ciudad a los 20 días del mes de diciembre de 1586 y en presencia del Escribano Público de dicha ciudad, se concedió el servicio de agua ....

Estaba entretenida leyendo y no me di cuenta de que se acercaba un coche, era el todoterreno, me quedé paralizada, sólo se me ocurrió ocultarme en un hueco de la puerta principal esperando no ser descubierta.


miércoles, 15 de julio de 2009

Por razones de seguridad

Por razones de seguridad me separaron de mi familia sin darme ni un solo dato de su paradero, me aislaron en una casa de campo a un par de kilómetros del pueblo más próximo, lo único que sabía es que no había salido del país y que estaba al norte, el frío y el viento hacían imposible cualquier tipo de excursión por los alrededores. La casa estaba desangelada (como diría mi abuela), así que la primera semana allí me limité a hacerla acogedora en lo posible, ya que apenas tenía muebles más que los imprescindibles; trasladé el sofá del salón a la salita que tenía un balcón que daba a la calle, hice lo mismo con la única mesa de la casa y las cuatro sillas que estaban en la cocina, recubrí una de las sillas con el edredón de una de las dos camas del dormitorio y la convertí en mi silla de ordenador, incluso coloqué los marcos de fotos que llevaba en la estantería; limpié y decoré la salita, el dormitorio, el baño y la cocina el resto de la casa quedó inutilizada, sólo me serviría de paso.

Aquella salita se convirtió en mi santuario, me pasaba el día allí encerrada y los pocos paseos que daba por los alrededores eran siempre al mediodía, primero por ser la mejor hora para no congelarme de frío y segundo porque a esa hora era prácticamente imposible que me encontrara con nadie. Para acceder a la casa desde la autopista había que desviarse por un sendero a unos 200 metros y nadie lo hacía porque presuponían que la casa estaba deshabitada desde hace años.

Ya había pasado una semana desde que me quedé sola, sin teléfono móvil para evitar dar señas de mi situación, mi contacto era a través de una cuenta en internet, nunca me hubiese imaginado que mi único amigo y aliado sería un ordenador, pero gracias a el no me volvía loca.

El inspector Arribas me ponía al tanto de los avances del caso a través del correo electrónico, por la mañana me había dicho que vendría por la noche para dejarme más comida y ropa de abrigo porque se iba a alargar más de lo previsto mi estancia allí, también me informó del estado de mi marido y de mis hijos para que estuviera tranquila.

Estaba sentada delante del ordenador cuando oí dos disparos, me levanté y cerré las contraventanas del balcón, el resto de la casa estaba a oscuras. Eran las nueve de la noche y estaba esperando a que apareciera el inspector Arribas con la comida y la ropa, las puertas y ventanas de la casa permanecían cerradas, sólo podía subir al desván para intentar otear el exterior desde el único hueco abierto, tendría que tumbarme y asomar la cabeza por el, tuve la sensación de que los disparos habían sido muy cerca de la casa, vi un todoterreno aparcado a pocos metros de la casa y delante de este el coche de Arribas, los dos coches estaba vacíos, agucé el oído y pasados unos segundos note el ruido de pisadas debajo de mi acercándose a la casa, no podía ver a nadie pero sí sus sombras, la de una mujer y la de un hombre, a pesar de que la noche estaba cerrada, la luna descubrió el comienzo de mi pesadilla, al lado del todoterreno estaba el inspector Arribas tirado en el suelo sin dar señales de vida.

viernes, 10 de julio de 2009

Fascículo nº 5: La foto del mueble de la entrada

Mi hijo Guillermo apareció en la cocina despeinado y con el aspecto de no haber dormido muy bien, me dijo que no saliera de casa sin hablar antes con el y sobre todo que no fuera al gimnasio. En mi ausencia los acontecimientos se habían atropellado, me imaginé que la policía le habría puesto al tanto de la situación de José Ángel, hasta ese momento no me di cuenta de los problemas por los que habría pasado cuando me fui a Barcelona, el gimnasio habría sido un herbidero de acontecimientos aquellos días y yo había dejado a mi hijo en medio de aquel maremagnum de insensateces, amén del peligro que le rodeaba, y puede que su vida siga en peligro.

Me empecé a agobiar esperando a qué mi hijo saliera del baño, preparé café e hice tostadas, necesitaba estar entretenida mientras esperaba a Guillermo. Mi marido y mi hijo Óscar seguían en la cama pero no tardarían en levantarse, esta era una de esas situaciones en las que toda la familia debía estar reunida en torno a la mesa.

El primero en aparecer en la cocina fue mi marido le dije que llamara a su trabajo y les contara que tenía un imprevisto familiar y que no podía ir al trabajo, comprendió que hablaba en serio y que realmente era una urgencia. Oí que mis hijos hablaban en el pasillo y que se dirigían a la cocina, así que puse el café y las tostadas en la mesa y me senté esperando a que todos hicieran lo mismo.

El primero en hablar fue Guillermo: Mamá, no sé en qué lío nuevo estas metida o sí es el mismo en el que creíamos que se había solucionado, pero es muy peligroso te lo puedo asegurar, he pasado los peores días de mi vida y gracias a la policía que ha estado en todo momento a mi lado no me he vuelto loco, papá y Óscar no saben nada, no quería preocuparles. Supongo que por lo que dijiste ayer el inspector Arribas te ha puesto al tanto de los negocios de tu amigo José Ángel, y no sólo trafica con diamantes por lo que he podido ver en el gimnasio. Lo que no comprendo es como has podido estar tan ciega
Mi hijo me miraba como si el mundo se hubiera vuelto al revés, ahora el cuidaba de mi, me daba consejos y me reñía, me sentí como una auténtica atolondrada. Guillermo continuó: al día siguiente de empezar a trabajar en el gimnasio me di cuenta que era una fachada para el tráfico de droga, aunque no sospeché que estaba relacionado con los traficantes de diamantes y decidí llamar al inspector Arribas para que le vigilaran, cuando le detuvieron se descubrió que no estaba casado y que la brasileña ni amante ni nada, es una más del 'grupito' de traficantes, tenían toda una red muy bien montada, funcionaban a través de los cinco gimnasios que tienen en Madrid, no fue una casualidad que te utilizaran desde el principio, pero por lo visto no eres la única han utilizado a otros y cuando finalizan la operación sí alguno les molesta se lo quitan de en medio, no dejan testigos, en eso son muy meticulosos, y tanto tú como yo somos molestos en este momento. Yo desde luego me largo de Madrid y espero que vengáis conmigo hasta que la policía solucione el caso, según el inspector Arribas están a punto de atrapar al grupito que mueve los hilos.

Escuché a mi hijo aunque nada de lo que dijo me sorprendió, por supuesto que tenían que irse de Madrid, la que no se iba a ir era yo, mi rabia traspasaba el umbral de todo lo imaginable, no me perdonaba haber sido tan estúpida y haber puesto en peligro la vida de los mios, ahora tenía que vengarme para poder seguir soportándome el resto de mi vida (corta o larga), desde luego no pensaba en huir, mi furia descontrolada no me dejaba pensar con tranquilidad, aunque tenía claro una cosa: no se juega conmigo sin sufrir las consecuencias.

Tardé más de una hora en convencer a mi familia que tenía la imperiosa necesidad de quedarme en Madrid aunque cambiara de casa, tenía que colaborar con la policía pero que para poder hacerlo ellos tenían que salir de Madrid y ponerse a salvo.

Cerramos nuestra casa y nos llevamos lo imprescindible, no sabía cuando volvería de nuevo, es más, no sabía sí volvería. Antes de salir por la puerta metí en el bolso los marcos con las fotos que teníamos en el mueble de la entrada de casa, una de mis hijos y la otra de mi marido y mía , al mirar aquella foto recordé uno de los mejores momentos de nuestra vida.