lunes, 26 de enero de 2009

Historia por fascículos

- ¿Es posible cambiar de un día para otro?
- ¿Es posible sentir que tienes el mundo a tus pies, y pasar a sentir que estás a los pies del mundo?
Pues sí, queridos/as (lo de os/as es por eso de la paridad) es posible, y no me refiero sólo a la puñetera vida social, a las relaciones que quieres y a las que te imponen por no sé qué del bienquedar.

Nunca se sabe cuándo vas a necesitar ayuda, es muy fácil: vas a necesitar ayuda siempre, para conservar y para perder, para vivir y para sobrevivir, para disfrutar y para sufrir… SIEMPRE, la autosuficiencia no existe.

FASCÍCULO Nº 1

"V" de Violeta

Violeta se creía por encima del bien y del mal, con su supersueldo y su supercargo, de repente su vida dio un giro de 360º. Todo empezó el día de su 35 cumpleaños… y a partir de ese día todo lo demás.

Para centrarnos un poco, he de decir, que Violeta era la persona más clasista, racista, mojigata y anodina que he conocido en mi vida, era incapaz de mirar a un hombre a ningún otro sitio de su anatomía que no fuesen los ojos, y por supuesto, con una mirada limpia y pura. Lo único que la interesaba en la vida, desde que su marido la dejó, era el trabajo, después el trabajo y más tarde el trabajo, y de vez en cuando una cerveza (sin alcohol, por supuesto) o una coca-cola light con alguna de sus conocidas.

La celebración del cumpleaños de Violeta fue por todo lo alto, a decir de la homenajeada, más de 10 conocidos/as en su supercasa, los conocidos (hombres), fuera de toda sospecha;dos de estos conocidos, los que parecían más admirables/admirados por todos amenizaban la fiesta con profundas conversaciones, a veces monólogos (turnándose ambos) sobre la condición humana. Después de uno de esos interesantes monólogos/diálogos, me di cuenta que estaba demás allí, no tenía nada que compartir con todas aquellas personas tan interesantes y cultas. En fin, que entre fingimientos y bostezos de tapadillo, logré zafarme de la superfiesta, salir a la calle y largarme a mi casa.

La fiesta se prolongó hasta las cinco de la madrugada, según me contaron. Violeta se acostó tardísimo, satisfecha y feliz, aunque no comprendía que me hubiese ido a las dos de la madrugada. Incomprensible, ¿no?, ¡con semejante ambiente!

No habían pasado más de tres horas desde que Violeta se había metido en la cama, cuando notó que su cabeza, que reposaba en su superalmohada de su supercama, se cubría de trozos de pared; no daba crédito, se incorporó, volvió la cabeza y se dio de bruces con un morenazo de ojos verdes que la miraba atónito.

- Disculpe señora, pero se me fue la mano con el mazo.

Fue justo en ese preciso momento cuando descubrió su inseguridad (por no hablar de lo que pensó cuando le oyó decir que se le había ido la mano con el mazo). Bueno, verdeces aparte, lo que la impresionó fue lo de ‘señora’, un hombre guapísimo de unos 30 años acababa de llamarla ¡señora! "¿Será cretino?" Y lo peor de todo: la había mirado como si tuviese una cara anodina, sin ningún interés; ella que se creía superatractiva, guay y una mujer de mundo.

¿Señora? Dios mío, pobre conocida mía, ella que no reunía ninguna condición para afrontar aquello de ‘demasiado mayor para ser joven’ o ‘demasiado joven para ser mayor’, ella que se había pasado los últimos años pisando cabezas para progresar, ella que no tenía ni marido, ni hijos, ni siquiera un perrito que la ladrara y la entretuviera en los fríos momentos, que lo único que tenía y en grandes cantidades eran gastos de peluquería y de los productos de cosmética que usaba a diario, amén de las otros, los gastos de las reformas de su casa y los mil euros mensuales de la hipoteca de su supercasa en el mejor superbarrio de la ciudad.

A los pocos minutos de haber recibido el impacto del cemento en su linda cabecita, llamaron a la puerta, ¡no podía abrir!, tenía que empezar a arreglar el desaguisado de su aspecto, pero necesitaba al menos una hora, ¡tenía que armarse de valor!

- Estoy ocupada, ya te llamo más tarde.

Unos cuarenta minutos después, ya se había puesto sus mejores pinturas y sus mejores galas, todo un récord, lo normal en ella era más de una hora. Después de mirarse y remirarse en el espejo de la habitación, se fue hacia la puerta, salió al descansillo y llamó al timbre de la casa del vecino. La puerta del vecino se abrió y observo a aquel hombre; era perfecto, no sólo su cara, tenía un cuerpo perfecto, y su voz…., una voz grave, sugerente, en fin, que sólo con mirarle tenía unas ganas enormes de engancharle y meterle en su casa. No sabía qué hacer, allí plantada en el descansillo como un pasmarote, menos mal que se decidió a hablar él:

- Buenos días, siento lo de antes, pero no se apure que enseguida, si le parece bien, pasamos a su casa y lo solucionamos.

En su mente sólo se apiñaban ciertas ideas de cómo solucionar el tema, pero estaba claro que era sólo en su mente, él ni siquiera se había dado cuenta de sus esfuerzos por estar atractiva, permanecía inmutable, lo mismo le daba estar hablando con ella que con un señor de Cuenca.

Apenas articuló palabra alguna, sólo le dijo: "Ya le avisaré, ahora tengo que salir de casa".

No recordaba desde cuando no había sentido interés por un hombre, ¡era el obrero del piso de al lado, por Dios!, pero no podía apartarle de su pensamiento, no lo podía creer, era como si en su interior estuviese escuchando a la actriz de una mala película. Hasta ahora sus relaciones con los hombres se limitaban a la fallida relación con su marido, con el que estuvo nueve años, y se acabó, ningún otro, ni antes ni después.

El lunes aún no había arreglado lo del agujero de la pared, ni siquiera lo había cubierto con un triste plástico, en el fondo lo que pretendía era ver otra vez al morenazo que estaba haciendo la obra de la vecina.

Eran ya las ocho de la mañana y aún no había aparecido nadie en la casa de al lado. Violeta tenía que irse al trabajo, en realidad ya tenía que estar allí, dejó que pasara media hora más pero no apareció nadie, al final optó por llamar al trabajo para decir que llegaría tarde por causas personales.

Apareció en su trabajo a las nueve y media, era la primera vez que se retrasaba en los dos años que llevaba en esa empresa; nada más entrar la llamó su superjefe, porque aunque ella era superjefa, siempre hay un superjefe más arriba, le dijo que enseguida iría, con total y absoluta despreocupación ( la seguridad en sí misma, a veces desesperaba a los demás). Entró en el despacho de su jefe indignada, dispuesta a contarle lo que había pasado en su casa, pero cuando empezó a contarle lo que la había pasado…

- No me interesan sus ‘causas personales’, señora, es más, tampoco nos interesa su trabajo.

["¿Porqué decía ‘nos’?"]

- Si sube a la primera planta, el gerente le dará el finiquito con el resto de los papeles de su despido.

Es imposible describir la cara de estúpida que se la debió quedar a doña supercontrolatodo. En unas horas pasó de ser señorita a ser señora, de superjefa con supersueldo a ser una desempleada más, y sobre todo empezó a tener SUPERPROBLEMAS como todo bicho viviente.

Ya había trascurrido un mes desde la fiesta de cumpleaños cuando la volví a ver, nos encontramos en la calle, y si no es porque se dirige a mí no la hubiese reconocido, iba con zapatillas de deporte, unas mallas, una sudadera y el pelo recogido en una coleta, todo absolutamente todo lo que se supone que era de mal gusto según sus propias palabras, tan sólo un mes antes, pero lo más sorprendente es que ya no tenía ese aire cursi, ni el acento de superpija con el que se dirigía a todos. Su cara era un poema, sin maquillaje, blanca como la lecha (nunca supimos qué color tenía realmente su cara), y estaba gorda, era otra persona. Se dirigió a mí con un "¡hola!" insulso; toda esa autosuficiencia y altanería que la caracterizaban, ese mirar por encima del hombro, habían desaparecido. Después de saludarnos, y por pura cortesía, le pregunté: "¿qué tal?", abrió la boca, y una hora después, aún no la había cerrado; sólo paraba cada cierto tiempo para tomar aire y seguir hablando, después de contarme lo del morenazo y su inesperado despido, siguió contándome todo lo que había vivido desde la última vez que nos vimos y lo que había cambiado su vida en el último mes… pero eso es otra historia, el fascículo nº 2: "B" de Boris, que ya os contaré en otro momento.

2 comentarios:

  1. ¡Qué bien editado! Excelente presentación. Historia con muchos alicientes. Se echa de menos algún chascarrillo o humorada para darle algo de matiz cínico al escriviente que cuenta y observa a la tal "V". Continúe así, señora, me alegra las pajarillas cada vez que la visito (no interprete mal estos términos). Saludos varios

    ResponderEliminar
  2. Eres una "destroyer" en toda regla, y no me refiero al mazazo del obrero, que debo confesar yo interpreté en otro sentido, imbuida quizá en el agradabilísimo recuerdo del famosísimo y muy recordado anuncio de la Coca-Cola Light. Pero "destroyer" eres un rato...

    ResponderEliminar