miércoles, 20 de mayo de 2009

Dos más de la banda

Mis ligaduras estaban firmemente sujetas, no había manera de soltarse, comprobé que el inspector Arribas se había tirado al suelo y se arrastraba hasta un escritorio, logró llegar hasta el y estaba intentando incorporarse, así que decidí hacer lo mismo, cuando llegué a su altura, permanecí incorporada boca abajo y el utilizó mi cuerpo de apoyo para incorporarse, yo me di la vuelta y vi un cutter entre entre las manos que tenía atadas a la espalda, no sabía como lo había logrado pero logró quitarse las ataduras de sus manos y se estaba quitando la mordaza de la boca, para después quitarse la ligaduras de los pies.

Después de quitarnos las mordazas y desatarnos el inspector Arribas nos dijo que permaneciéramos en silencio, sacó su móvil e hizo una llamada.

Para evitar sospechas, nos volvimos a colocar en la posición que estábamos, simulando seguir atados y amordazados. Gracias a Dios que lo hicimos porque a los pocos minutos entró una de las hermanas con otro hombre, debía ser el que estaba esperando nuestro 'amigo', echaron un vistazo. recogieron un maletín y volvieron a salir. Cada vez estábamos más nerviosos, el inspector nos había dicho que no tardaría en llegar la caballería como ocurrió en realidad, pero esos diez minutos fueron eternos.

Oímos voces en el exterior, aunque no adivinábamos lo que decían, supusimos que la policía estaba deteniendo a los autores del robo de los diamantes y cómplices de asesinato de al menos tres personas. El inspector Arribas se decidió a salir, nosotros íbamos detrás; efectivamente en la tienda estaban cuatro policías con los dos detenidos, una de las hermanas lloraba y se lamentaba por el destino de su madre.

Nos trasladamos todos a la comisaría para hacer una declaración y pasadas unas horas nos pudimos ir a casa, yo tenía que avisar si se ponían en contacto conmigo, se referirían a Andrés, ya que del resto no quedaba nadie, al menos que supiese, ¡ya sólo faltaba que mi primo estuviera implicado!.

Al llegar a casa, mis hijos estaban esperando en el salón, nos abrazamos y nos sentamos a hablar de todo lo sucedido ya que ellos no dejaban de preguntar. Aquella noche fue tranquila, todos pudimos dormir, y a la mañana siguiente mi familia salió de casa como había estado haciendo antes de todos estos acontecimientos, mi marido a su trabajo y mis hijos a la universidad, me quedé sola en casa y empecé a revisar el correo.

¡Increíble! el tiempo que pasé en aquella trastienda estuve pensando en la carta de Giovina y ahora delante de mí tenía otra. Me dio una gran alegría, dejé encima de la mesa del salón las demás, casi todas facturas, y me senté a leer.

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