viernes, 13 de febrero de 2009

Tronos, Querubines y Serafines

Iba camino del hospital, pensando en el DESTINO, no como final de etapa, sino como fuerza desconocida que obra sobre los hombres y los sucesos.

Me hacía preguntas sin respuestas como: ¿se forja uno su propio destino?, o ¿éste te pisa y REpisa o te salva y REsalva cuando le da la real gana?

Y de repente recordé a aquella preciosa chica, me encontraba delante del mismo hospital en el que Angélica me había contado su historia. Entonces dudé de su salud mental, de mi salud mental, dudé si realmente había existido. Nadie nos vio hablando, y mi estado mental aquel año era bastante lamentable.

Me pregunto si no existirán seres predestinados, creados, no se sabe dónde, y no se sabe cuando. Angélica estaba destinada a proteger, ya que según ella, era un Ángel, y ahora puedo dar fe de que en realidad lo era, en esta realidad o en otra, no por su hermosura, candor e inocencia, que también, sino porque era un mensajero y acompañante divino, me acompañó y me dejó un mensaje sin palabras, directo a mi alma.

Tenía quince años cuando la conocí; la altura y complexión perfectas, y la cara angelical. Me contó que era un Serafín, pero que sólo llevaba un año de Serafín, antes había sido un Querubín, y antes un Trono. Si he de atenerme a la jerarquia de los ángeles, diré que Angélica había conseguido el más alto grado.

La convirtieron en un ángel del primer Coro Celestial desde niña, cuando apenas contaba con tres años de edad, su tutor, y para no abusar con el cargo, le había otorgado el de Trono del Coro Celestial (Trono: ángeles que están muy por encima de toda deficiencia terrena). La niña aparecía de repente en los escenarios más insólitos, para proteger a quien la necesitara. La primera vez que se hizo público su "don" fue con seis años, apareció en el patio del colegio y salvó a un niño de precipitarse al vacío, cuando, y a pesar de tener un pié en el aire, hizo que retrocediera hasta un lugar seguro, sólo una frase suya, y el destino de aquella alma en pena cambió.

Después del milagro del niño, fue considerada un ángel por todos, no sólo por su tutor, y la ascendió a Querubín (Querubín: guardianes de la gloria de Dios con plenitud de conocimiento y rebosantes de sabiduría, su inteligencia les permite conocer a Dios). Fue Querubín hasta cumplidos los catorce años que la ascendió a Serafín.

No fueron muchos los milagros que me contó, el que más llamó mi atención fue el que la había ocurrido un año antes:
- Estaban acabando las clases en el colegio y todos los alumnos preparaban la fiesta de fin de curso, Angélica formaba parte de la compañía de teatro. El salón de actos estaba patas arriba, el grupo de Angélica estaba ensayando en el escenario, iban a representar la obra de Goethe, Fausto, y el personaje de Angélica era Mefistófeles. De repente, en pleno ensayo, en el momento en que Fausto decide entregar su alma al diablo a cambio de alcanzar la cumbre de la sabiduria, ser rejuvenecido y obtener el amor de una bella doncella (Margarita), Mefistófeles (Angélica) se desplomó en el escenario. A los pocos segundos, todos los que estaban en el salón de actos la estaban rodeando, nadie reaccionó, ni a nadie se le ocurrió tocarla, ni llamar a un médico, ni hicieron ninguna de las cosas coherentes que deberían haber hecho. Así transcurrieron los siguientes cinco minutos, todos paralizados alrededor de Angélica, hasta que ésta abrió los ojos y completamente recuperada les dijo: "Lo siento, pero no puedo representar esta obra, y menos aún este personaje, porque si lo hago no vendrá nadie a ver la función". Se incorporó y miró hacia el salón de butacas, los demás miraron también, o más bien se quedaron paralizados mientras miraban, no podían moverse ni cerrar la boca. ¡Habían desaparecido todas las butacas! El salón estaba completamente vacío.

Después de los últimos acontecimientos, su tutor la elevó a la jerarquía de los Serafines, considerados el orden mayor de la jerarquía celestial. Son los ángeles del amor, de la luz y del fuego, los que rodean el trono de Dios.

Un año después, Angélica estaba sentada conmigo en la sala de espera del hospital contándome su historia, me dijo que su destino estaba trazado, y que nada, ni nadie lo cambiaría. Después de escucharla, me levanté para ver el tablón de anuncios y cuando volví ya no estaba, como tampoco estaba mi angustia, había dado paso a una sensación de paz que no recordaba haber sentido hasta entonces.

No había vuelto a pensar en ella ni en su historia hasta ahora, el DESTINO me había guiado al mismo hospital, aunque por razones totalmente distintas.


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