martes, 30 de junio de 2009

Cuentacuentos

Aquella noche no pude dormir, me pasé la noche revisando mi pasado, me invadió la idea de la muerte, de mi muerte, me había metido en una guerra con varios frentes abiertos y muchas batallas, hasta ahora había salido indemne de una y vencido a mis enemigos, pero estos se multiplicaban y abrían nuevos frentes desconocidos hasta ahora, cada vez era más difícil reconocerlos estaban en todas partes, ya no podía fiarme de nadie, el mero hecho de salir de casa era peligroso,sabía demasiado y conocía a los nuevos actores de esta obra, el argumento se complicaba y no conocía el final, sólo podía seguir leyendo.

Tenía en mis manos el álbum de fotos que mi madre me regaló al cumplir los dieciséis años, las imágenes me transportaron a un pasado sin penas, en todas y cada una de las fotografías de las primeras páginas había quedado pasmada una situación de auténtico gozo. Fui una niña a la que no le faltó de nada, mis padres me regalaron una infancia sin problemas, mis deseos se cumplían al instante, no tenía preocupaciones ni quebraderos de cabeza, destacaba en el colegio, con mis amigas y en mi familia sin el más mínimo esfuerzo. Con el paso de las páginas, pasaba también mi niñez y me adentraba en la adolescencia y en las ocupaciones, a partir de los doce años mi vida cambió, ¡tenia obligaciones! hasta entonces nunca sospeché que tendría obligaciones, que tendría que sentarme delante de un libro y asimilar todo cuanto leía, ni siquiera me había planteado que tenía que estudiar por obligación para conseguir aprobar unos exámenes que se me atragantaban, y mucho menos que la lectura se me hiciera cuesta arriba, yo quería seguir leyendo para meterme de incógnito en otros mundos, dejando volar mi imaginación, quería seguir jugando en la calle, ver películas con mis hermanos encerrados en aquella habitación que era tan nuestra, imitando a los actores y montándonos nuestra propia película, no comprendía porqué tenía que renunciar a todo y ponerme delante de un libro que no me gustaba, era incapaz de concentrarme en aquellos tediosos temas en pro de un futuro que no alcanzaba a ver, odiaba la tan trillada frase de: tienes que labrarte un futuro, y parece ser que eso se conseguía a través de exámenes de materias de todo tipo, mi madre no logró que tuviese interés, y quizá por eso me internaran en aquel odioso colegio donde todo eran normas no escritas y caparon mi infancia de cuajo sin anestesia, y dónde empecé a saborear la amargura de las lágrimas en silencio.

Incluso ahora me resultaba doloroso ver aquellas fotografías a partir de la página 'Selene a los doce años' porque a partir de esa página sólo había fotos de vacaciones como si el resto del año me lo hubieran robado reduciéndolo a las vacaciones, fue cuando mi vida se bifurcó, tenía dos vidas la del colegio y la de mi familia, tenía dos formas de vivir ... y tenía dos formas de pensar. A partir de aquel año fueron muchas las vidas, muchas las formas de pensar, muchas las formas de actuar y muchas las formas de vivir hasta olvidarme de mi, y era ahora que quería recuperarme y volver a ser yo con mi mundo interior, poder disfrutarme, desplegar la coraza que me aisla de los malos.

En cualquier momento me quitarían de en medio y anularían la posibilidad de llegar a esa edad en la que no tienes que dar explicaciones a nadie como decía don Julio, un maestro jubilado que vivía en una preciosa casa a las afueras del pueblo y al que visitaba todos los días cuando era una niña para saborear aquellas deliciosas galletas que preparaba su mujer y para escuchar sus historias, algunas reales y otras inventadas, yo me quedaba en silencio sentada a su lado en el jardín de la parte de atrás de la casa, a veces nos cubría la noche sin darnos cuenta y volvía a casa cuando todos estaban sentados a la mesa para la cena, mi madre me miraba y sonreía, nunca me riñó por aquello, sólo decía ' cuentacuentos, ilustranos mientras cenamos' y yo me sentía importante, la protagonista de la noche, así que no sólo contaba las historias nuevas de don Julio, también las escenificaba. Después de recoger la mesa me permitían subirme a ella para poner punto y final a la historia de aquella noche y después nos salíamos a la puerta de la calle hasta la hora de ir a la cama, mis hermanos y yo nos reuníamos con los otros chicos del barrio, algunas noches les contaba las historias de don Julio y otras mis propias historias, me aficioné a inventar cuentos sobre todo de terror para mantener vivo su interés.

Cerré el álbum y lo puse en la estantería, ya eran las 6 de la mañana, esperaría hasta las 8 que abría el gimnasio y me acercaría para hablar con José Ángel, no iba a dejar pasar ni un sólo día sin aclarar la situación, me acordé de don Julio cuando me decía: niña si agún día la situación te sobrepasa cuenta hasta 10 y actúa, y aquella noche había contado hasta 11.

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