martes, 3 de marzo de 2009

Rostro arco iris

Cuando entré en la habitación de Violeta, estaba despierta. Me miró y me sonrió.

- Hola Felene, fiento no faber ido a nueftra cita.


Tenía los labios hinchados, y... su cara, ¡Dios mio!, su cara era el arco iris, del morado al amarillo, pasando por el rojo y el azul violáceo.

- Hola Violeta, que susto me has dado, ¿como te encuentras?, ¿has avisado a tu familia?, ¿qué te ha pasado?

- Franquila, fientaté


- Es mejor que no hables, preguntaré a la enfermera sí puedo quedarme esta noche contigo.

Salí de la habitación y me dirigí al cuarto de enfermeras, me informaron que habían avisado a sus padres, pero que estaban en Grecia y no volvían hasta la semana que viene, entonces pensé en mis padres y el enfado que tenían el día de mi accidente de tráfico, porque los habían llamado dos horas después de mi ingreso; les faltó tiempo para venir desde la otra punta (más de seis horas de viaje); que distintos eran nuestros padres, o qué distintas éramos nosotras. Yo seguía acudiendo a mi madre para pedirla consejo o refugiarme en ella, pero Violeta apenas hablaba de su madre, y cuando lo hacía, no eran precisamente bonitas palabras las que salían de su boca.

Quizá Violeta fue una niña desarraigada, o quizá sus padres nunca confiaron en ella, pensé en los niños que habíamos sido queridos hasta el exceso por nuestros padres, y con esto me refiero, mimados hasta tener la sensación de control absoluto, los que habíamos sido perdonados, excusados y no nos habían juzgado, pero había padres que no perdonaban, ni excusaban, sólo juzgaban .

Dos personas que ni siquiera me conocían acababan de hacerme daño, su frialdad con Violeta era increíble, pero no podía crear una burbuja emocional, tenía que poner en práctica la generosidad de mis sentimientos sin pedir explicaciones, aunque esto me hiciera sufrir y solo lograse sinsabores e ingratitudes. No me dejaría vencer por un naciente y malsano pensamiento hacia los padres de Violeta. Mi eterna lucha entre el ego y el yo (egoísmo... generosidad).

En plena lucha con mis sentimientos y ese terrible dolor en el alma me dirigía hacia la habitación de Violeta, cuando apareció el fantasma de la impotencia, eso fue lo peor, porque no existe ningún analgésico que cure la impotencia para enfrentarnos al dolor del alma, el único amortiguador es la fe.

Así que, prisionera de mis sentimientos, y de las duras críticas que acudían a mi mente hacia dos personas que no conocía, apareció otro fantasma más: la crispación. Pensaba:- me hubiese gustado hablar con los padres de Violeta, decirles que su hija los necesitaba a su lado, que no podía haber nada más importante en el mundo, que se subieran al primer avión... -, pero no podía hacerlo, yo no era 'nadie' para cuestionar las relaciones de Violeta con sus padres. Me mordí la lengua y entré en la habitación de Violeta con la mejor de mis sonrisas para informarla que esa noche me quedaría a dormir con ella.

1 comentario:

  1. Cada vez escribe usted mejor. Siga así. La historia, y nosotros, los lectores, lo merecemos. Saludos

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